Era el cumpleaños de quien creía era su mejor amiga en ese tiempo,
Isabella. Solo de pensar que estaba comprometida a cumplir con la visita se le
ponían los pelos de punta. No comprendía por qué cuando visitaba esa casa
sentía una especie de rechazo, pues se respiraba un ambiente hostil y
amenazador que la hacían estremecer. Le
parecía una grosería de su parte no estar presente en su aniversario, pensaba
Tania.
La tarde de la celebración en contra de su ineludible sentir se
puso su vestido color verde pistache de terciopelo que tanto le gustaba. Era el
mes de otoño y ya se sentía fresco al caer la tarde. Su amiga Diana alegre, intrépida
y sagaz, todo lo contrario, a Tania, la animó para que asistieran al festejo,
prometiéndole pasar por ella. Tan solo de imaginar llegar sola, le causaba
pánico.
De pronto escuchó un claxon, y en seguida el sonido insistente
de su celular. Sin responder se dirigió a la salida de la casa, no quería hacer
esperar a la amiga.
Al entrar al coche, Dania con afable sonrisa, se le quedó
mirando fijamente a los ojos.
--Sé lo que te pasa, --pero, ¿no podrías disimular un poco?
--Es su cumpleaños y te confieso que me sucede lo mismo--
--¿Acaso crees que voy feliz? --
--No te lo quise comentar nunca por no alarmarte, pero me
sucede lo mismo que a ti. Además, me he
dado cuenta de la forma en que Isabella nos mira, esa mirada inexpresiva y fría
que tiene, refleja mucho odio y envidia hacia nosotras. Más bien hacia la
vida—Concluyó Diana.
--Mira, respondió Tania. No sé qué nos envidia, ella
económicamente vive mejor que nosotras, pero, no te expreses así de Isabella,
sé que tiene su carácter, más sin embargo en el fondo nos quiere. Somos sus
únicas amigas.
-- Desde luego, en el fondo, muy en el fondo, además, ¿cómo
no habríamos de serlo?, si todas huyen de ella, tal vez por eso nos tolera --,
respondió Dania.
Tania guardó silencio, no quería seguir discutiendo con la
amiga, aunque muy dentro de ella le daba la razón. Isabella tenía un comportamiento
muy extraño con ambas, a veces.
Al fin llegaron a la casa de Isabella, Diana abrió la cajuela
para sacar los detallitos que habían comprado para la festejada. Al entrar al
recibidor, Tania sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo.
Ese peculiar olor a moho y podredumbre que tenía la casa, le causaba
nauseas. Aparte de que detestaba los
lugares cerrados. Se respiraba a muerte. Y aunque aún no era invierno se sentía
un frío terrible que le helaba hasta la sangre. Aunque la casa de su amiga
estaba decorada elegantemente con muebles antiguos y carísimos estilo barroco,
que habían adquirido en Texas, eso no le quitaba lo tétrico. Dania y Tania se
preguntaban algunas veces de dónde sacaban Isabella y el marido el dinero para
adquirir unos muebles tan caros. Él era profesionista, pero no ganaba lo
suficiente para darse ese estilo de vida.
Al entrar a la
antesala estaba una gran consola de espejo barroco forrada con chapa de oro y con
tapa de mármol. A los lados del sillón había dos elegantes lámparas que hacían
juego con los candiles de cristal cortado que colgaban del techo, de pronto,
algo que asomaba por debajo del sillón llamó la atención de Tania, y, al
encaminarse hacia el mismo, sintió una mano apretar suavemente el brazo derecho
que la detuvo. Se trataba de Isabella quien la miraba fría y calculadoramente
con una sonrisa irónica y triunfal, a la vez.
--¡Bienvenidas, amigas queridas! —Dijo.
Y en voz baja para que
Dania no escuchara, se acercó a Tania y le dio un beso en la mejilla, susurrándole
al oído.
-- Luego te cuento --
Después pasaron al gran salón en donde se encontraban los
demás invitados, más que todo la familia del esposo de Isabella. Al atravesar
el lúgubre y largo corredor pintado de color verde pino, donde al final se
divisaba un tenebroso espejo antiguo color oro, testigo fiel y silencioso que
guardaba el misterio de esa casa.
Luego de convivir un
rato Tania sintió que un gran sopor la envolvía, seguido de un mareo, Diana se
aproximó rápidamente para preguntarle que sucedía.
--Sácame de aquí amiga.
No me siento bien—
Isabela que no dejaba
de observarlas desde donde estaba, se aceró a ellas para preguntarles que
sucedía.
Momento que Tania aprovechaba para despedirse.
--No he dormido bien en varios días por hacer la tarea de mi
último semestre, es por eso que no me he sentido bien—
Vamos, dijo Dania, paso, te dejo y me voy a casa, es tarde ya
y ante lo que estamos viviendo en la ciudad tengo temor de regresar tan tarde.
¡No!, respondió Isabella, -- ¡de ninguna manera!, --quédate
por favor otro rato Dania, yo voy y dejo a Tania a su casa--
--Tiene razón Isabella, quédate a acompañarla, y discúlpenme,
pero no me pasa nada, saben que no estoy acostumbrada a salir de casa y será
por eso que me sentido así—Dijo, excusándose.
Se puso de pie seguida por Isabela, para luego encaminarse a
la salida de la casa, no sin antes despedirse de los demás invitados. Tania la guio
hasta el sillón para mostrarle lo que le había llamado la atención a su
llegada. Dania quedó aterrorizada ante lo que Isabela le mostraba.
--¿Sabes lo qué es esto amiga?
Preguntó Isabella con sarcástica sonrisa y la mirada
endemoniada fija en ella.
Tania solo respondió negando con la cabeza.
--Bien, te lo diré, tiene años que hacemos este ritual--
--Es una maceta donde el cráneo humano es regado con sangre.
Es para protección de mi familia. Pertenecemos a una secta donde nuestro dios
es belcebú y a él es dedicado este ritual—
Por un rato Isabella
se le quedó mirando fijamente a los ojos sin dejar de sonreír, como poseída por
algo maléfico. Tania percibió en ese momento una sensación de frío que invadió
por completo su cuerpo, sintiendo la mordaz mirada como una amenaza. Ahora
comprendía el porqué de su rechazo y pánico por su amiga y esa maléfica casa.
Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata.
© (Copyright)
Imagen tomada de Google.